Yolanda siempre había sido una chica muy extrovertida y abierta en cuanto al sexo se refiere. Ya de jovencita, destacaba por su naturalidad a la hora de tratar la sexualidad y por la curiosidad que mostraba ante todo tipo de géneros sexuales. Pese a lo joven que era, ya había probado todo tipo de posturas, posiciones y prácticas sexuales que podrían escandalizar a más de uno. Sin embargo, ella siempre sabía aprovechar lo mejor de cada situación y aprender de ello. Por eso, no me sorprendió para nada que aceptara acostarse conmigo mientras me dejaba darle duro por detrás.
Aquel encuentro fue uno de los más intensos de toda mi vida. No todos los días conoces a una chica que se deje follar por el culo sin reparo alguno. Ella ya tenía una amplia experiencia en el tema, pero yo nunca antes había gozado del sexo anal en ese aspecto. Ella me guió en todo momento, moviendo su cintura y acercando su culito a mi entrepierna hasta ponérmela bien dura y frotarse conmigo como si de una gata en celo se tratase. Yo me estaba poniendo cardíaco por momentos, disfrutando de sus sensuales movimientos y excitando todos mis sentidos como nunca antes lo había hecho ninguna chica.
Tras los preliminares, comenzamos con el folleteo propiamente dicho. Ella lubricó mi polla de arriba abajo y se la empecé a meter poco a poco por el ojete. Al principio sólo le metía la puntita del capullo, pero conforme ella se iba dilatando, fui viniéndome arriba hasta metérsela por completo y hasta el final. Ella parecía disfrutar tanto o más que yo, así que me agarré a su cintura con mis manos y empecé a bombear consiguiendo que ambos gozáramos como auténticos animales. Nuestros cuerpos sudaban y se estremecían cada vez que la empotraba contra el cabecero de la cama. Ella acompañaba su culito con cada movimiento para conseguir así una penetración directa, perfecta y placentera.
Yo, que tenía las manos totalmente libres para poder utilizarlas a mi antojo, sobeteaba sus tetas mientras estas se bamboleaban con cada jincamiento que le metía a Yolanda. Notaba en mi entrepierna todo el calor que desprendía su culito caliente y prieto, consiguiendo excitar mi pollón hasta límites insospechados. Nunca antes había disfrutado tanto penetrando a una chica, y es que aquella puerta de atrás me estaba abriendo un mundo nuevo lleno de placer y diversión sin igual. Entre gritos de pasión y deseo, fuimos avanzando poco a poco hasta acercarnos peligrosamente a la gran explosión final.
Como remate a aquella noche de sexo prohibido, terminamos corriéndonos al mismo tiempo, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo y hubiésemos sincronizado nuestros relojes internos para culminar la faena en una fiesta de placer sin igual. Ella, que se estaba metiendo un dedo en el coñito mientras yo le daba duro, experimentó un orgasmo vaginal y anal de los que hacen época. Tan cachondo me puso la situación que yo tampoco pude resistirme y me corrí dentro de su culito, llenándolo de mi leche caliente. Extasiados, nos quedamos en aquella postura durante varios segundos, disfrutando del calor que desprendían nuestros cuerpos y retomando el aliento tras uno de los mejores polvos de nuestra vida.