Tanto Eva como yo no disponíamos aún de un piso propio en el que pudiéramos desfogarnos sexualmente hablando. Por eso, teníamos que ingeniárnoslas a la hora de follar en los sitios más insospechados: en casa de su madre, en los baños del instituto o, como esta vez, en mi propio coche. No es que fuera un auto muy espacioso, se trataba de un cinco plazas heredado de mi padre, pero era suficiente para que Eva y yo viviéramos la pasión más intensa en su interior.
Aquella noche conduje el coche hasta llegar a lo alto de la montaña de Montjuïc, en Barcelona. Ahí había un parking en el que muchas parejas aprovechaban la oscuridad y el recogimiento para tener sexo dentro de sus autos. Algunos incluso tenían sexo en pleno bosque, pero aquello era algo que nosotros nunca nos habíamos atrevido a hacer. Teniendo mi coche y mi chica al lado, no necesitaba nada más en esta vida.
Subiendo la empinada cuesta que nos llevaba a nuestro destino, Eva ya empezó a tontear conmigo. Que si una caricia por aquí, que si un besito por allá, que si ahora me frotaba la polla con su mano izquierda… Vamos, que yo ya iba empalmado desde un buen principio. Supongo que quería asegurarse que yo estuviera a tono para cumplir como un campeón una vez empezáramos nuestra pequeña fiesta sexual. Y yo, que me encanta que Eva esté por mí y me excite cómo sólo ella sabe hacerlo, estaba entusiasmado.
Nada más llegar y estacionar el coche, Eva se abalanzó sobre mí y me cubrió de besos. Llevábamos varios días sin follar, y la verdad es que las ganas ya estaban apretando. Sin más dilación, nos desnudamos y nos pasamos a los asientos traseros del coche. Ahí tendríamos más espacio para disfrutar del sexo en todo su esplendor. Empecé a acariciar el suave y delicado cuerpo de Eva, prestando especial atención a sus tetas despampanantes y a su culito respingón que me volvía completamente loco. Ella hizo lo propio agarrándome la polla dura y empezó a masturbarme con cierto furor.
Ahora que los dos estábamos totalmente calientes, saqué un condón y me lo puse rápidamente para empezar a penetrar a Eva cuanto antes. Metí mi polla en su chochito caliente, y la sensación que inundó mi cuerpo no se podría expresar con palabras. Era una maravilla sentir que estaba dentro de ella y empezar a bombear para follarla y metérsela hasta el fondo. Ella pegaba unos grititos de placer que conseguían ponerme aún más cachondo de lo que ya estaba. Vamos, que el uno por el otro, aquello era un despiporre de sexo sin igual.
Mientras follábamos, no parábamos de dedicarnos besos y caricias en todo momento. Realmente estábamos súper enamorados, y nada ni nadie podía romper nuestra relación ni frenar el deseo que sentíamos el uno por el otro. Yo seguía empotrando a Eva contra los asientos traseros de mi buga, y ella me pellizcaba los pezones y agarraba bien fuerte mi culo empujándolo con cada embestida que le metía. Aquello me puso tan cachondo que en cuestión de minutos terminé corriéndome en una explosión de semen descomunal. Llené el condón hasta los topes, así que me lo saqué y me dedique a darle placer a Eva comiéndole el coño bien comido. Sabía que a ella le volvía loca el sexo oral, y quería que disfrutara tanto como lo acababa de hacer yo.
Era genial notar el coño de mi novia en mi boca y saborear todo su flujo vaginal. Yo ya sabía dónde chupar con más intensidad para que ella se corriera del gusto, y efectivamente así fue. Eva alcanzó un orgasmo tremendo e intenso, tanto que su cuerpo botaba del gusto que le estaba proporcionando con mi lengua.
Tras el polvo, nos vestimos, nos encendimos un cigarrito y disfrutamos de la hermosa vista que se abría ante nosotros. El cielo estrellado y Barcelona a lo lejos, iluminada como si nunca descansase, fueron los testigos de nuestra demostración de amor sincera y plena. Eva se recostó sobre mi hombro y cerró los ojos con una expresión en su rostro de placer y felicidad absoluta.