Pese a sus dudas iniciales, finalmente Jaime aceptó a acudir a una psicóloga para poder contarle sus problemas y desfogarse de todo el estrés acumulado durante sus largas jornadas de trabajo. Su mejor amigo le había recomendado una en particular, de la que decía que era tremendamente profesional y muy complaciente. A Jaime le pareció un poco raro lo de “complaciente”, pero igualmente se fió del criterio de su amigo y pidió cita para esa misma tarde. Aún no tenía ni idea de lo que esta visita le iba a suponer en su vida sexual.
Nada más entrar en la consulta de la psicóloga, Jaime se encontró con una chica guapísima, vestida con un traje chaqueta ceñido a la cintura y unas gafas que le daban un toque sexy e intelectual al mismo tiempo. Ella se presentó como Samantha, psicóloga y sexóloga especializada. Aquello le sorprendió a Jaime, ya que no creía tener ningún problema con su sexualidad. Seguía sin entender muy bien por qué su amigo había insistida tanto en que acabara visitando aquella mujer, pero desde el primer momento, ella le inspiró confianza y aceptó a tumbarse sobre el diván para iniciar la sesión.
Samantha empezó rompiendo el hielo, preguntándole a Jaime todo tipo de detalles sobre su vida social, laboral y personal. Jaime contestaba a todo de forma sincera, pero constantemente se sentía distraído por el gran pecho de Samantha. Bajo la chaqueta entreabierta, se vislumbraba un canalillo que le estaba provocando una erección tremenda. Intentó por todos los medios apartar la mirada, pero le era totalmente imposible. Tanto es así, que incluso ella se dio cuenta de que no paraba de mirarle las tetas, y de repente le dijo:
– Verás, Jaime. Te noto un poco obsesionado con mi pecho. Por eso mismo, creo que lo mejor será que ambos nos quedemos completamente desnudos, para romper esta tensión y que así los dos estemos en igualdad de condiciones.
Jaime no daba crédito a lo que acababa de oír. Sin embargo, aceptó de buen grado. Estaba totalmente abierto a experimentar nuevos tipos de terapias, y no quería parecer descortés ante la invitación de la profesional. Ella tomó la iniciativa, quitándose la chaqueta y desabrochando lentamente su blusa. Jaime se dio cuenta de que no llevaba sujetador, y de repente pudo ver sus dos grandes tetas al aire. Aquellas tetazas estaban hechas para el vicio y el pecado más absoluto. Redondas, turgentes y con el tamaño perfecto, Jaime se quedó totalmente embobado. Tuvo que disimular su asombro para empezar a desvestirse también.
Una vez que ambos estaban en ropa interior, Samantha miró el paquete de Jaime. Y es que éste tenía una erección en toda regla, y su polla sobresalía por el bajo de sus calzoncillos.
– Vaya, Jaime. Parece que no tienes ningún problema relacionado con tu sexualidad. Pero para asegurarnos de ello, ¿qué tal si lo ponemos en práctica?
Justo al terminar esas palabras, Samantha saltó hacia los brazos de Jaime, plantándole un beso en toda la boca y hurgando con su mano el bajo de sus calzoncillos. Ella agarró su polla entre los dedos, y empezó a frotarla de arriba abajo, mientras le lamía los labios con frenesí. Jaime, por su parte, se dijo a si mismo que tenía que aprovechar aquella oportunidad, y cogió el culo de Samantha con ambas manos y lo estrechó bien fuerte.
Tras la vorágine de sentimientos excitantes, los dos se tumbaron sobre el gran diván que presidía la consulta, quedando él abajo y ella arriba. Estaba sentada literalmente sobre el pene erecto de Jaime, y se quitó las bragas para frotar su coño contra él. Rápidamente, ella se encajó sobre su entrepierna, saltando de placer y moviendo su pelvis al ritmo adecuado. Jaime la agarró por la cintura y empezó a penetrarla de manera intensa. En esta posición permanecieron durante varios minutos, aunque los dos perdieron la noción del tiempo por completo.
Samantha gritaba del gusto, y Jaime se la seguía follando con unas ganas locas. Él notaba como el coño húmedo y caliente de ella le envolvía su polla por completo. Podía sentir todo su interior, y se moría de ganas por correrse dentro de ella. Justo con ese pensamiento, Jaime avisó que estaba a punto de eyacular, pero Samantha no paraba de botar y trotar encima de él. Parecía no querer parar y hacer la marcha atrás, así que él siguió petándola duro hasta que explotó de placer. Ambos notaban como el semen caliente de él abandonaba su cuerpo y llenaba el de ella. Sus gritos se elevaron en una espiral de vicio y lujuria sin igual. Sus cuerpos se estremecían con cada punto álgido, y sus respiraciones entrecortadas empezaron a recobrar la normalidad. Permanecieron un rato en esa misma posición, hasta que Samantha se levantó y puso sus bragas. Entonces dijo:
– Muy bien, Jaime. Creo que ya se nos ha acabado el tiempo. Estoy impaciente por volver a verte en nuestra próxima sesión.