No hay cosa en el mundo que pusiera a Raquel más cachonda que ver a novio Eduardo preparando un postre en la cocina de su casa. Ya podía verle arreglando un enchufe, fregando los platos o conduciendo el coche, que la excitación que sentía al verle con el delantal puesto no era superado por nada en absoluto. Aquella mañana de sábado, como era habitual en la pareja, él se había despertado un poco antes para preparar el desayuno. Eduardo decidió hacer tortitas, ya que era uno de los platos favoritos de Raquel. Por eso, enfundado en sus calzoncillos y con un delantal puesto como único vestuario, se puso manos a la obra.
Unos segundos más tarde, Raquel se despertó y se acercó a la cocina. Nada más ver a su novio sin camiseta y preparando la comida, se puso como una moto. No pudo resistirse a agarrarle bien fuerte su culo duro y terso. Eduardo, por su parte, besó a su novia en los labios y le deseó unos buenos días. Fue un beso apasionado, de modo que ambos se pusieron un poco tontorrones con tanto roce. Raquel decidió ayudar a su novio en todo lo que pudiera, pero se ponía tan caliente al verle cocinar que no podía concentrarse en absoluto. Un cosquilleo le recorría todo el cuerpo, empezando por la cabeza y terminando en su vagina, cada vez que él se giraba a remover la masa. Sin pensárselo dos veces, decidió pasar a la acción a acercarse a él por detrás.
Raquel acarició con su mano el torso desnudo de Eduardo, al mismo tiempo que le besaba su espalda musculada. A él se le puso dura en el mismo momento que no pudo resistirse a darse la vuelta, levantar a su novia en brazos, sentarla sobre la encimera y empezar a comerle el coño como sólo ella se merecía. Le quitó las bragas con una furia inusitada y las lanzó al suelo de la cocina. Abrió sus piernas con ambas manos y hundió su cabeza en el sexo de Raquel. Él sacó su lengua y le lamió de arriba abajo. Con la punta de la lengua, acariciaba su clítoris, a lo que ella respondía con unos alaridos de placer que retumbaban contra las paredes de la estancia. Era una maravilla sentir la cabeza de su novio ahí abajo, provocándole placer sin esperar nada a cambio.
El asunto fue a mayores cuando la urgencia de sexo derivó en una escena erótica con mayúsculas. Raquel se puso de cara a la pared, mientras Eduardo le penetraba por detrás. Ella se agachaba para que la polla de su novio le entrara hasta el fondo, inundándole de una sensación de placer indescriptible. El ritmo se iba acelerando al tiempo que ambos se ponían más y más cachondos. Hacer el desayuno poco importaba ya, porque ahora sólo podían dedicarse al más grande de los placeres.
Tras varios minutos de penetración sin descanso, Raquel llegó al orgasmo. Su espalda se curvó en un gesto que demostraba lo mucho que estaba gozando de aquella experiencia. Poco después le llegó el turno a Eduardo, que se corrió dentro del chochito de su novia. Ambos estaban sudorosos y completamente desnudos en medio de la cocina, y tras acabar la acción, se vistieron con una sonrisa cómplice en sus rostros.
Al recobrar la calma, se fundieron en un beso cariñoso y tierno al mismo tiempo. Estaba claro que pese a sus años de relación, no habían perdido la pasión en ningún momento. Sin duda, el mejor desayuno posible era el hecho de tener sexo con tu pareja nada más despertarse. ¡Menuda delicia!