Ahí estábamos mi fisioterapeuta y yo, manteniendo sexo en su propia consulta en medio de una sesión. Sin saber cómo, él había pasado de practicarme un masaje a protagonizar los dos una escena porno en toda regla. Yo había empezado a comerle la polla hasta el fondo mientras él me hacía un masaje en mi trasero. Agarraba mi culito con ambas manos y gracias al aceite masajeador, sus dedos resbalaban sobre mi cuerpo con una facilidad pasmosa. Me encantaba sentir el contacto de sus manos sobre mi espalda y notar como al mismo tiempo que yo le provocaba placer, él me lo provocaba a mí.
La temperatura siguió subiendo hasta límites insospechados, hasta tal punto que no nos quedó otra alternativa que desnudarnos por completo y disfrutar del sexo en toda su plenitud. Así que me tumbé boca arriba en la camilla de la consulta, me abrí de piernas y dejé que él me comiera el coño de arriba abajo. Yo ya había comido suficiente polla, de modo que era el turno para que él me hiciera un cunnilingus en condiciones. Desde luego, se le daba de fábula mover su lengua dentro de mi chochito y excitar aquellas zonas más erógenas de mi ser. Quizá era porque al ser fisioterapeuta, conocía muy bien el cuerpo humano y sabía dónde prestar especial atención para hacer que una mujer se volviera loca de placer. El caso es que conmigo lo había conseguido.
Tras una buena sesión de sexo oral, llegó el momento de disfrutar del sexo en toda su plenitud. Sin dudarlo ni por un segundo, él se subió sobre la camilla de masajes y empezamos a follar a saco. No había cosa que me diera más morbo que acostarme con mi propio fisioterapeuta, de modo que yo ya estaba totalmente excitada, lubricada y receptiva a ser penetrada hasta el fondo y sin ningún tipo de contemplación. Notaba como su pene grande y duro entraba hasta el fondo de mi vagina y me inundaba de todo su calor y virilidad máxima. Si había algo más excitante en este mundo, desde luego yo no lo conocía.
Al mismo tiempo que follábamos, él me besaba con una pasión desmesurada. Nuestras lenguas se juntaban y compartíamos nuestra saliva el uno con el otro. Por supuesto, él seguía empujando sin parar y clavándomela hasta el fondo. Era una sensación tan placentera la que estaba experimentando en esos momentos que no quería que aquello acabara bajo ningún concepto. De modo que alargamos la situación lo máximo posible. Nos movíamos de manera suave para estirar la sensación de placer todo lo que pudiéramos. Cuanto más tardáramos en corrernos, más disfrutaríamos de la escena porno que estábamos protagonizando nosotros mismos.
Llegó un punto en el que me fue imposible controlarme, así que me dejé llevar y alcancé uno de los mejores orgasmos de mi vida. El fisioterapeuta se dio cuenta de ello, así que aceleró el ritmo y a los pocos minutos eyaculó dentro de mi chochito sediento de lefa caliente. Una oleada de semen inundó mi cuerpo hasta el fondo de mi ser. Notaba como todo el calor de aquel fluido me embriagaba de arriba abajo. Él permaneció unos segundos dentro de mí, alargando aquel momento tan excitante que acabábamos de vivir. Puede que más tarde nos arrepintiéramos de todo aquello, pero justo ahora nos daba igual todas las consecuencias de nuestros actos lujuriosos. Sea como fuere, había valido la pena.