Acudí a la consulta de mi fisioterapeuta con la esperanza de que me aliviara los terribles dolores de espalda que iba arrastrando desde hacía ya algún tiempo. Sin embargo nunca me podía haber imaginado que lo que me iba a arreglar era otra cosa bien diferente. Fui a él gracias a la recomendación de una amiga, y he de decir que no me arrepiento en absoluto de haber ido. Dentro de un rato entenderéis el por qué y probablemente me deis la razón. Agarraos fuerte, porque se avecinan curvas llenas de pasión y lujuria por los cuatro costados.
Resulta que nada más entrar en la sala de visita del masajista, él me atendió en bata blanca y de un modo totalmente profesional. Era un chico de unos 25 años y parecía recién salido de la facultad, la verdad. Se podía decir que era muy atractivo. Tenía unos ojos verdes intensos y una mirada penetrante que te cautivaba desde el primer momento. Además parecía bastante fuerte, el típico chico que le gusta cuidarse y acudir al gimnasio de forma regular. En cualquier caso, yo me desnudé hasta quitarme toda la ropa por completo. Entonces me tumbé boca abajo y dejé que aquel chico hiciera su trabajo. Sin embargo, a los pocos minutos él empezó a sacarme temas de conversación. Que si a qué me dedicaba, que si tenía una espalda preciosa, que si tenía novio… Las preguntas iban volviéndose cada vez más personales, pero yo contestaba a todas con sinceridad porque el chico me caía bien, la verdad. Bueno, y también porque sentir el contacto de sus manos con mi espalda me estaba excitando más de lo debido, para qué nos vamos a engañar.
De repente, me dijo que me diera la vuelta y me tumbara boca arriba. Le hice caso, y cuando levanté la mirada no me podía creer lo que estaba viendo. Mi masajista se había quitado la bata y estaba completamente desnudo de arriba abajo. Tenía un torso fibrado y envidiable, y al bajar la vista de nuevo pude ver que estaba totalmente empalmado. Su polla dura y erecta asomaba entre sus piernas como si de un mástil se tratase, dispuesto a penetrar todo aquello que se le antojara. Yo no daba crédito, sin embargo, y sin saber muy bien por qué, empecé a comerle la polla en esa misma posición. Me metí todo su miembro erecto en mi boca y succionaba de arriba abajo para provocarle placer. Él por su parte, siguió masajeándome, pero en este caso me manoseaba las tetas y jugaba con ellas entre sus dedos. Incluso me llegó a pellizcar los pezones en más de una ocasión, provocando un estado de éxtasis en mi cuerpo que me puso aún más cachonda de lo normal.
Seguí mamando como si me fuera la vida en ello. En cierto modo quería devolverle sólo una parte del placer que él me había provocado hacía tan solo unos minutos. Puede que aquello se nos estuviera yendo de las manos, pero me daba absolutamente igual todo. Sólo quería pasármelo bien y protagonizar una escena sexual totalmente excitante y morbosa a más no poder.
Continuará…
Que rico metérsela por el culo