Llevaba todo el día patrullando las calles de la ciudad junto a mi compañero y tras aquella larga jornada, nos acercábamos juntos a la jefatura de policía para ducharnos, cambiarnos y salir del trabajo. La verdad es que he de decir que en más de una ocasión me había sentido atraída hacia él, pero la profesionalidad de nuestro trabajo nos prohibía ningún tipo de acercamiento en ese sentido. Así que siempre que teníamos que cambiarnos de ropa uno frente al otro, evitaba el contacto físico para no morirme de deseo al ver su cuerpo musculoso y bien formado. Las ganas de lanzarme y besarle en la boca las tenía que reprimir constantemente, pero no sabía hasta qué punto podría seguir aguantándome.
Entramos en los vestuarios mixtos y nos desnudamos los dos. Mirándole a él de reojo me di cuenta de que él también me estaba mirando a mí con cara de deseo. Le eché una mirada directa a los ojos y él me respondió con una sonrisa pícara que se le dibujó en su rostro de forma inmediata. Yo agaché la mirada, vergonzosa. Sin embargo, él avanzó y se dirigió hacia mí con un paso firme y decidido. Cuando alcé la mirada, acercó su cara a la mía y me besó apasionadamente en toda la boca. Yo no supe reaccionar. Debía apartarme inmediatamente y evitar a toda costa que pasara lo que estaba pasando, sin embargo mi deseo encerrado afloró en aquel momento y no pude resistirme ante tal arranque de pasión.
Así que le agarré de la cintura y abrí mi boca para que me metiera su lengua hasta el fondo. Rápidamente noté cómo él se estaba poniendo cachondo por momentos. No me podía creer que él también pudiera sentir deseo hacia mí. Ni me lo había imaginado siquiera. Nunca me mostró ningún gesto de interés hacia mí, y ahora sin embargo estábamos los dos protagonizando una escena tórrida de lo más sugerente. Él bajó su mano y empezó a buscar mi entrepierna para meterme los dedos en mi coño. Estaba tan lubricada que pudo masturbarme sin ningún tipo de problema. Metía y sacaba de mi cuerpo los dedos índice y anular, al tiempo que frotaba mi clítoris para proporcionarme placer en grandes cantidades. Desde luego, sabía muy bien cómo tocar a una mujer para que recibiera el placer máximo posible.
Yo hice lo propio y agarré su polla grande y dura con mi mano. Empecé a moverla frenéticamente de arriba abajo, masturbándole en medio del vestuario. Ahí estábamos los dos, dándonos placer el uno al otro. Cualquiera podía entrar en cualquier momento y pillarnos en plena faena, pero no podíamos esconder ya más nuestra pasión. Entonces decidí tumbarme en un banco cercano, me abrí de piernas y dejé que me follara a fondo todo lo que él quisiera. Era una gozada sentirte dentro de mi cuerpo y ver cómo te volvías loco mientras manoseabas mis tetas al mismo tiempo. Recorriste con tus dedos todo mi sensual cuerpo, prestando especial atención a mis pezones erectos por tanto placer. En medio de aquella vorágine sexual, de repente alguien entró en los vestuarios y se plantó delante de nosotros con cara de asombro.
Continuará…