Desde hace varios años yo tenía clarísimo que no había nada en este mundo como acostarse con una madurita y vivir junto a ella el sexo en toda su plenitud. Me había acostado con multitud de chicas a lo largo de mi vida, pero nunca nadie me había satisfecho tanto como una mujer madura con las ideas claras y unas ganas locas e insaciables de tener sexo. Siempre he ido en busca de MILFs o Cougars dispuestas a follar a saco sin el menor atisbo de vergüenza o pudor, y aquella noche pensaba repetir con aquella madurita hacia la que sentía una atracción enorme.
Fui a su casa con una sensación de incertidumbre y excitación al mismo tiempo en el cuerpo. Por fin íbamos a follar como descosidos, olvidándonos por completo del qué dirán y centrándonos en nosotros mismos. Ella, pese a su avanzada edad, tenía un cuerpo de escándalo que ya querrían para sí muchas chicas jóvenes. Sus tetas aún resultaban tersas y atractivas para el ojo masculino, y si su gran experiencia sexual que ella misma contaba era cierta, seguro que me encontraba frente a toda una fiera en la cama. No tenía ninguna duda de que aquella noche, esta mujer me iba a transportar al más alto de los placeres terrenales.
Empezó a desnudarse sin previo aviso, de manera directa e inmediata. Me agarró la polla con sus manos y empezó a estimularme desde el primer momento. Yo, que ya venía empalmado desde que nos vimos por vez primera, me bajé los pantalones y dejé que hiciera conmigo lo que quisiera. Ella se arrodilló ante mí y empezó a chuparme la polla. No sabía si seguía alguna técnica en concreto, pero el caso es que sentir su boca y labios alrededor de mi pene erecto era como estar en el mismísimo cielo. No sólo me la estaba mamando de primera, sino que con su lengua excitaba mi frenillo, elevándome así al más alto nirvana. Yo acariciaba su cabeza y sus cabellos al mismo tiempo que le empujaba a comérsela entera y hasta el final. Me había comentado que aquello le volvía loca, así que no quise desaprovechar la ocasión y le follé su boquita hasta la mismísima garganta.
Tras el sexo oral, nos tumbamos en la cama completamente desnudos. Ella se colocó encima de mí y encajó su cintura con la mía. Su coñito estaba lubricado a más no poder, y con un simple empujón fui capaz de penetrarla por completo. Ella, que era toda una atleta, empezó a subir y bajar su cuerpo para pajearme directamente con su chocho. Yo agarraba y manoseaba sus deliciosas tetas, lamiéndolas de arriba abajo y excitando sus pezones con la punta de mi lengua. Era una pasada sentir su sexo caliente y húmedo, y al mismo tiempo recrearme en sus suaves y grandes pechos.
Cuando yo estaba a punto de correrme, ella empezó a hacerme el helicóptero, que no es otra cosa que girar su cuerpo mientras yo le seguía follando su preciosa vagina. Todo mi glande sintió el roce de su coño mientras giraba hasta completar los 360 grados. Cuando volvimos a mirarnos cara a cara, yo no lo pude aguantar y exploté en una eyaculación tremenda. Se podría decir que la inundé por completo de mi semen. Ella, al ver toda mi excitación, se puso tremendamente cachonda y no tardó en sentir también un orgasmo intenso y placentero. No dábamos crédito ante el placer que acabábamos de sentir el uno con el otro, y exhaustos, nos abrazamos desnudos sobre la cama sin importarnos el resto del mundo.