Aquellas dos zorritas me la estaban poniendo bien dura durante toda la noche. No paraban de lanzarme miraditas lujuriosas en todo momento, por lo que llegó un momento en el que no pude disimular más y me acerqué a ellas. Sabía que estaban interesadas en mí, pero la verdad es que ellas a mí también me ponían muy cachondo. Eran dos rubias con un cuerpo perfecto, grandes tetas y unos culitos deliciosos. Se veía que eran dos chicas atrevidas, sin miedo al qué dirán y con muchas ganas de pasarlo bien con un tío que les diera caña a tope. Afortunadamente, ahí estaba yo para cumplir el papel y dejar el listón bien alto. Parecía que aquellas jovencitas eran unas expertas en cuanto a sexo se refiere, por lo que tendría que dar lo mejor de mí para estar a la altura y disfrutar del sexo en su máxima expresión.
Como era lógico, no tardamos mucho en abandonar aquella fiesta y buscar un lugar más apartado y discreto para poder así dar rienda suelta a nuestro calentón. Ya durante el camino, empezamos a enrollarnos y a magrearnos a saco. Una a cada lado, me dedicaban mil besos y caricias, haciéndome sentir en todo momento el verdadero protagonista de la situación. Aquello era un lujo que no pensaba desaprovechar en absoluto, así que yo también me dediqué en cuerpo y alma para lograr hacer vibrar de placer a aquellas dos chicas. Ya en el taxi, y bajo la atenta mirada del taxista, metí mis manos debajo de sus faldas y empecé a masturbarlas en el propio asiento trasero del taxi. Ellas no podían disimular el placer que les producía el contacto de mis dedos en su coñito, por lo que algunos gemidos de placer se escaparon de sus bocas, alertando al conductor que también parecía disfrutar de aquel numerito porno.
Sea como fuere, finalmente terminamos los cuatro en mi apartamento: las dos chicas rubias, taxista y yo. Íbamos a follar por parejas con aquellas dos preciosidades, y la sola idea de lo que se avecinaba conseguía ponerme a cien. En pocos segundos nos desnudamos y empezamos a darle duro al asunto sobre el sofá de mi casa. Mientras ellas se sentaban con las piernas abiertas, nosotros les dábamos polla al mismo tiempo que las agarrábamos por las piernas para petarlas sin fin. De repente, y sin previo aviso, ellas se empezaron a besar. Como es lógico, tanto el taxista como yo nos miramos y sonreímos al darnos cuenta lo mucho que nos ponía aquella situación.
Continuamos penetrando a destajo a aquellas dos jovencitas, clavándoles nuestras pollas hasta lo más profundo de sus deliciosos coñitos y obteniendo así placer mutuo. Parecía que aquello se estaba convirtiendo en una carrera entre las dos parejas, y el primero de nosotros que lograra correrse, ganaría la competición. Tras darle duro al asunto, finalmente fue mi compañero el que se corrió dentro del coñito de la rubia tetona. No obstante, el verles tan entregados a la pasión hizo que en apenas unos segundos yo también culminara la faena y explotara corriéndome dentro de la otra chica. Exhaustos, los cuatro nos tumbamos sobre el sofá y nos estuvimos enrollando durante toda la noche.