Aquella noche de fin de año amanecimos aún entre risas y cachondeo. Yo me había puesto mis mejores ganas para recibir al nuevo año en condiciones, y la verdad es que tú no me habías quitado el ojo de encima durante toda la celebración. Tus insinuaciones hacia mí fueron constantes durante toda la noche, y no parábamos de cruzar miradas y ponernos caras de lo más sugerentes. Estaba claro que íbamos a acabar follando de un modo u otro, pero ninguno de los dos se atrevía a dar el paso y ofrecerlo de manera abierta y directa.
Poco a poco, los demás asistentes a la fiesta se fueron durmiendo en los sitios más insospechados posibles. Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos completamente a solas y sin nadie que nos pudiera molestar. Ahora sí que no teníamos excusa para aflorar nuestra pasión y revolcarnos como animales. Una simple mirada bastó para saber que los dos estábamos pensando lo mismo, así que nos acercamos y nos pegamos el lote como no está escrito. Nuestras manos acariciaban el cuerpo del otro y nuestros labios se juntaron regalándose mil besos mutuamente. Desde luego, la espera había valido la pena, y ahora podíamos satisfacer nuestro deseo sexual sin que nadie nos molestara en absoluto.
Rápidamente buscamos un dormitorio en el que no hubiera nadie. Cuando lo encontramos, nos metimos dentro y empezamos a follar como auténticos animales. Ni siquiera nos terminamos de quitar la ropa, así que me bajaste el vestido hasta que mis dos tetas asomaron por encima de él. Te volviste completamente loco en cuanto me las viste, chupándomelas y jugando con tu lengua en mis pezones hasta que me los pusiste bien duros. Yo te desabroché los pantalones y te bajé los calzoncillos hasta dejar a la vista tu polla erecta a más no poder. Me subiste el vestido y empezamos a follar como si de dos salvajes se tratara. Estábamos tan calientes que nos era imposible frenar aquella pasión desmedida que nos invadía de arriba abajo.
Nuestras cinturas bombeaban sin parar y se movían a un ritmo frenético para mantener la pasión en todo momento. Estábamos recostados sobre el escritorio de la habitación, y pese a lo incómodo de la postura, lo único que nos importaba era culminar aquel polvo con un orgasmo increíble que nos hiciera volar de verdad. Por supuesto, pusimos todo nuestro empeño al respecto. Yo me abrí de piernas totalmente para facilitar la penetración, y tú empujabas con una furia desbordante, clavándome tu polla hasta el fondo de mi ser y haciéndome ver las estrellas.
Sin previo aviso, experimenté un orgasmo maravilloso que me hizo gemir de placer. Aquello debió ponerte muy cachondo, porque aceleraste el ritmo y a los pocos minutos y a te habías corrido dentro de mí. Una oleada de leche caliente me inundó por dentro, llegando a lo más interno de mi cuerpo. Decidimos permanecer unos minutos en aquella misma postura, alargando el momento y sintiendo nuestro calor corporal. Jugaste con tu polla y mis labios vaginales, empapándolos con tu lefa y dejándome un recuerdo imborrable dentro de mí.