Marta y yo éramos dos chicas que nunca antes habíamos sentido atracción física entre nosotras. De hecho, ni siquiera nos considerábamos lesbianas, ya que habíamos tenidos varias relaciones con chicos a lo largo de nuestra amistad. Sin embargo, últimamente la tensión sexual entre nosotras había ido creciendo hasta límites insospechados. Cada día que pasaba, se notaba que ambas teníamos más ganas de acostarnos la una con la otra. Cualquier roce, cualquier acercamiento era suficiente para despertar en nosotras un furor interno que ya era bastante difícil de apaciguar. El único problema es que al no haber hablado nunca del tema, no sabíamos que las dos estábamos sintiendo el mismo deseo hacia nuestra mejor amiga. No obstante, aquello estaba a punto de finalizar.
Fue durante un día normal de clase en la universidad. En una pausa, ella me confesó su atracción hacia mí. Una sonrisa se dibujó en mi rostro cuando supe que por fin mi deseo se estaba viendo correspondido. Le conté mi situación, e irremediablemente tuvimos que besarnos apasionadamente en medio de todos nuestros compañeros. Nos daba igual lo que dijeran, porque por fin Marta y yo íbamos a experimentar el amor de un modo nuevo y vibrante para ambas.
Aquella misma noche fui a casa de ella. Ya sabíamos lo que íbamos a hacer, no hacía falta decirlo en voz alta. Así que me preparé a fondo. Me puse uno de mis mejores vestidos y salí hacia nuestra cita con una excitación interna que me era muy difícil de disimular. De hecho, nada más nos vimos en el porche de su casa, no nos pudimos resistir a abrazarnos y besarnos con unas ganas locas. Rápidamente nos dirigimos al cuarto de Marta para, una vez allí, disfrutar del mejor sexo lésbico de nuestras vidas. Vale que era la primera vez para ambas, pero estamos seguros que lo que hicimos aquella noche juntas sería muy difícil de superar.
Nos quitamos la ropa la una a la otra. No sabíamos muy bien que hacer, ya que era algo raro el hecho de acostarse con tu mejor amiga de toda la vida. Sin embargo, nos lanzamos a la piscina y decidimos disfrutar de una buena sesión de sexo oral. Así que me tumbé sobre la cama y me abrí de piernas para que Marta metiera su cabeza entre ellas y lamiera mi coño de arriba abajo. Nada más notar el contacto de su lengua con mis labios vaginales, un escalofrío de placer inundó mi cuerpo por completo. Era una auténtica gozada sentir su lengua húmeda penetrándome y recorrer las zonas erógenas de mi vagina mientras me las estimulaba una a una. A los pocos minutos ya estaba experimentando un orgasmo intenso y tremendamente placentero.
Como también quería darle placer a ella, una vez que yo ya estuve servida, me agache y le comí el coño con un apetito voraz. Su vagina estaba tan lubricada que no pude resistirme a lamer y sorber todo el fluido que desprendía su entrepierna. El sabor salado me embriagó por completo y seguí chupando hasta que ella también alcanzó el orgasmo. Según me dijo, había sido una de las experiencias más increíbles de su vida. Desde luego, esto sólo había sido el principio. Estábamos ansiosas por probar nuevas posturas sexuales entre nosotras que consiguieran excitarnos y ponernos a cien.