Mientras aquella stripper meneaba su culito delante de mí al dedicarme aquel baile privado, sentí una atracción increíble hacia ella. Estaba claro que ella también estaba interesada en mí, y todo apuntaba a que aquella noche los dos acabaríamos follando como auténticos animales en celo. Yo no quería parecer desesperado, por lo que me costó controlarme y no lanzarme a su cuello inmediatamente ante tal espectáculo que me estaba regalando sólo para mis ojos. Literalmente estaba babeando viendo su dulce y precioso cuerpo moverse al ritmo de la música mientras ella se iba quitando la ropa hasta quedarse completamente desnuda. Movía la cintura haciendo que su ombligo fuera de un lado a otro, hipnotizándome con este bamboleo hasta caer rendido a sus pies
Afortunadamente ella no tardó mucho más en tomar la iniciativa. Acercándose hasta mí, se sentó sobre mis rodillas y me besó con una pasión desmesurada. Mientras nos enrollábamos, ella no perdía el tiempo e iba metiendo mano debajo de mi ropa para tocarme comprobar por sí misma si yo estaba igual de cachondo que ella. No tardó en palpar mi polla dura como una piedra, síntoma inequívoco de que había hecho a la perfección el striptease. Yo estaba como una moto y ya nada podía pararnos. Mientras me desabrochaba la camisa, podía sentir sus pezones rozando contra mi pecho, lo que me provocó un escalofrío de placer inmediato. Si con el simple roce de su piel ya me ponía así, no me quería ni imaginar cómo sería una vez empezáramos a follar sin parar.
Mientras ella seguía sentada en mis rodillas, la cogí fuertemente por detrás y me levante con ella enganchada a mí. Aquello le excitó muchísimo a juzgar por los gemidos de placer que soltó nada más levantarme de la silla. Tal cual, me la llevé hasta la cama y la tumbé boca arriba con una furia sexual incontenible. Ahora que yo estaba encima de ella, volvía a ser yo el que tenía las riendas de la situación y me sentía poderoso y con ganas de hacer cualquier cosa junto a ella. Le pregunté qué postura sexual era su favorita, a lo que me dijo que quería empezar por la clásica postura del misionero y que luego ya veríamos con qué me sorprendería. No había nada más excitante para mí que el hecho de tener sexo con una mujer tan experimentada y sin miedos a tomar la iniciativa en la cama. Desde luego, aquella muchacha me tenía completamente loco de deseo y placer.
Tal y como me dijo, empecé a follármela en la ya clásica postura del misionero. Desde arriba, contemplaba su hermoso cuerpo que estaba completamente a mi merced, por lo que yo era quien marcaba el ritmo y el que la embestía cogiéndola totalmente por sorpresa. Ella sonreía y gemía como si fuera una perra en celo, cosa que a mí me ponía aún más cachondo. Aquella escena de sexo nos unió en una espiral de deseo y seducción que parecía no tener fin.
Continuará…