–Fóllame como sólo tú sabes. Fóllame y lléname por completo con tu leche caliente. Córrete dentro de mí y préñame de arriba abajo. –me susurró ella al oído al terminar la cena y levantarnos de nuestras sillas en el restaurante. Tus palabras me produjeron un cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo, seguido de una excitación súbita debido al tono elevado de tus palabras. Me pusiste tan cachondo que me empalmé en cuestión de segundos. Se me hacía difícil disimular mi erección mientras nos dirigíamos dentro del taxi hasta mi casa, y más cuando tú no dejabas de dedicarme mimos y arrumacos. Llegaste al punto de jugar con tus dedos y buscar entre mi entrepierna hasta llegar a mi pene erecto y agarrarlo bien fuerte. No sabíamos lo que estaría pensando el taxista, pero en el fondo nos daba igual. Lo único que queríamos era llegar a mi apartamento y follar como locos toda la noche.
Ya en el ascensor empezamos a magrearnos de forma intensa. El deseo apretaba más que nunca, y la única forma de aliviarlo era besarnos apasionadamente y juntar nuestros sexos calientes y necesitados de acción. Frotabas tu coño contra mi polla y la estimulabas de un lado hacia el otro, volviéndome loco durante todo el trayecto. Aquellos minutos se nos hicieron eternos, pero finalmente llegamos a nuestro destino y cerramos la puerta tras de nosotros. Ahora sí que éramos libres para disfrutar del sexo en toda su plenitud. Nos desnudamos mutuamente y de forma apresurada. Tú me desabrochabas la corbata y yo te quitaba el sujetador mientras nuestras manos se chocaban las unas con las otras. Eran tan grandes las ganas de follar que no queríamos perder ni un segundo más de tiempo, así que nos pusimos de acuerdo hasta que finalmente nos quedamos completamente desnudos frente a frente.
Yo estaba cachondo a más no poder, tal y como se reflejaba en mi polla hinchada y bien dura. Tú me la agarraste con la mano y empezaste a masturbarme mientras me mirabas a los ojos con esa cara lasciva que tan bien sabes poner. Parecía que te encantaba recrearte mientras me veías disfrutar de aquel momento tan erótico. Yo también quise participar, así que te metí dos dedos de mi mano en tu boca para que los chuparas de arriba abajo. Una vez estuvieron bien lubricados, bajé la mano y te metí los dedos en tu coñito húmedo y deseoso de acción. Me abrí paso poco a poco hasta metértelos al fondo del todo. Tu expresión cambió, y entrecerrando los ojos, proferiste varios jadeos de placer que no pudiste reprimir.
Tras estos jugueteos sexuales previos a la acción, decidimos empezar a follar y te penetré sin más. Movía mi cintura con movimientos rápidos y precisos, y cada vez que frotaba el clítoris con mi polla, tú gemías de gusto. Cuanto más gritabas, más ganas le ponía al asunto. Estábamos tan calientes que no íbamos a aguantar mucho sin corrernos de placer. Efectivamente, a los pocos minutos de deshiciste literalmente en mi brazos mientras yo seguía petándote el coño sin compasión. Tras tu orgasmo, me llegó el momento a mí, y me corrí dentro de tu sensual cuerpo hasta llenarte todo tu coñito con mi leche caliente. Metía y sacaba mi polla para meterte toda la lefa dentro de tu chochito, tal y como me pedías sin parar. Cuando ya no podíamos más, nos tumbamos y nos besamos de forma apasionada. Había sido un polvo de primer nivel, y yo ya estaba deseando volver a la acción contigo en cuanto nos repusiéramos de aquella primera ronda.