Todos sabíamos que Samuel tenía un cipote enorme guardado en su entrepierna. Nos conocíamos desde hacía varios años, y sus amigos siempre habían hecho bromas de ello. Que si la tenía como un caballo, que si la tenía tan grande que era capaz de reventarle el coño a todas las chicas que él quisiera, que si menudo rabo gastaba el colega… Yo nunca me había creído del todo aquella fama que le rodeaba, hasta que lo pude comprobar por mí misma. Fue una noche en la que salimos todo el grupo de fiesta, pero nunca podía imaginarme que acabaría acostándome con él y protagonizando una escena de sexo de las que hacen época.
Cuando llegó el momento de despedirnos, Samuel accedió a acompañarme a casa. Era un camino peligroso, pero con él a mi lado me sentí más segura. Por supuesto, cuando llegué a mi destino le propuse subir a mi apartamento, a lo que él accedió encantado. No había ninguna doble intención en esa invitación, os lo puedo asegurar. Sin embargo, una cosa llevó a la otra, y cuando menos me lo esperaba me vi en los brazos de él mientras nos besábamos apasionadamente. Samuel recorría con su lengua toda mi boca, metiéndomela y compartiendo conmigo su saliva caliente. Me sorprendí a mí misma excitándome con aquella situación nueva. La verdad es que me estaba poniendo cachonda por momentos, y llegados a aquel punto, la única forma de salir era acabar follando juntos.
De repente recordé la fama de Samuel y su polla de caballo. En el fondo, tenía unas ganas tremendas de descubrir si la leyenda era cierta o no. Así que bajé mi mano y empecé a palpar su entrepierna. Asombrada me quedé ante lo que cogí entre mis manos: un pollón de la ostia que estaba empalmado a más no poder. Con semejante trabuco, no pude resistirme a bajarle los pantalones, arrodillarme ante él y dedicarle la mejor mamada de su vida. Me metí aquel trozo de carne enorme en mi boca y empecé a chupar, lamer y succionar como si no hubiera un mañana. Su polla ocupaba toda mi boca, pero insistí hasta que pude tragármela hasta el fondo. Notaba como literalmente la punta de su nabo estaba tocando mi garganta, pero seguí proporcionándole placer sin parar en ningún momento.
Mientras se la mamaba, yo me masturbaba tocándome el coñito con la mano que me quedaba libre. La situación estaba siendo tan excitante que no pude resistirme en absoluto. Mientras le proporcionaba placer a él, también me lo proporcionaba a mí. Él, por su parte, me agarró bien fuerte la cabeza con sus manos y empujaba para follarme la boquita mientras marcaba el ritmo al que quería que se la chupara. Estábamos tan calientes que no íbamos a aguantar mucho rato más sin corrernos de placer, y así fue. A los pocos minutos, yo experimentaba un orgasmo mientras él se corrió en toda mi boca. Con semejante polla, imaginaos la de leche que tuve que tragar. Y yo encantada, que conste. La sensación de que descargara toda su lefa dentro de mí y ésta cayera y resbalara por mi garganta no tenía precio alguno.
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