A mí siempre me había gustado realizar una buena comida de coño a todas las mujeres que acababan pasando por mi cama. Me volvía loco al sentir un chochito caliente y húmedo cerca de mis labios, pudiendo hacer con él lo que yo más quiera. Era una auténtica delicia estimularlo correctamente, prestando especial atención al clítoris y viendo como la chica en cuestión se derrite de placer con cada lametazo que le pego entre sus piernas. La verdad es que ya hacía varios días que no mordía felpudo, así que aquella misma noche salí de cacería para encontrar un chochito jugoso con el que desfogarme a gusto.
No tardé mucho en encontrar a una chica dispuesta a pasar un momento de pasión desenfrenada junto a mí. Rápidamente intimamos y nos dirigimos hasta mi casa para dar rienda suelta a nuestra lujuria. No teníamos ni un segundo que perder, así que nada más llegar, nos desnudamos apresuradamente y nos entregamos a la pasión más pura. Tal y como te insinué desde un principio, hundí mi cabeza entre tus piernas y te dediqué una comida de coño como seguro nunca antes te habían hecho. Lo pude notar en todos los gemidos que salían de tu boca, y que cada vez que rozaba tus zonas más erógenas, todo tu cuerpo se estremecía de placer. Estaba disfrutando tanto al verte disfrutar de esa manera que no pude resistirme y empecé a pajearme con la mano que me quedaba libre.
Llegó un punto el que empezaste a encadenar orgasmos uno detrás de otro. No era necesario penetrarte para conseguir que alcanzaras el más grande de los placeres. Simplemente con mi lengua era capaz de hacerte llegar al nirvana más absoluto. A mí me encantaba sentir todo tu fluido vaginal en mi boca, saboreando y notando tu calor corporal contra mi cara. De repente, conseguiste un último orgasmo que te dejó extasiada a más no poder. Entonces, y sin previo aviso, te abalanzaste hacia mi polla y empezaste a chupármela como si no hubiera un mañana. Me dijiste que querías devolverme un poco de lo que yo te había hecho sentir. Y yo, por mi parte, no opuse ningún tipo de resistencia. Agradecí aquel gesto y disfruté de aquella mamada como nunca antes lo había hecho.
Resultaste ser también una profesional del sexo oral, de manera que me hiciste un trabajo impecable ahí abajo. Tu lengua húmeda y caliente recorría todo mi glande y me excitaba a más no poder. Te avisé que estaba a punto de correrme, pero tú seguiste chupando como dándome a entender que estabas dispuesta a llegar hasta el final. Justo entonces exploté de placer y te llené toda tu preciosa boca de mi propia leche caliente. Tanto me corrí que incluso el semen te goteaba por la comisura de tus labios. No fuiste capaz de tragarte semejante cantidad de lefa, por lo que un poco fue a parar alrededor de toda tu boca. Aquella imagen de ti untada en mi leche se me quedó marcada a fuego en mi memoria, y aún hoy guardo ese recuerdo y consigo excitarme al recordarlo.