Tú ya sabías que si había una práctica sexual que conseguía ponerme totalmente loco y pasar de cero a cien en cuestión de segundos, esa era la del sexo oral. No podía disfrutar más en esta vida que cuando una chica me comía toda la polla y se la metía entera en su boca. Hasta los huevos también entraban muchas veces, siempre y cuando la chica fuera toda una profesional del tema y contara con una garganta profunda a más no poder. Por eso no te alarmaste ni te hiciste la digna cuando te pregunté si querías hacerme una buena limpieza de sable de arriba abajo. Yo, por mi parte, sabía que tú eras una enamorada de las mamadas, y que tenías una zona erógena escondida en alguna parte de tu lengua. Tenías una verdadera fijación oral para los hombres, así se podía decir que nosotros dos formábamos la pareja sexual perfecta. Ambos éramos capaces de disfrutar enormemente de una buena sesión de sexo oral totalmente intensa y placentera.
Cómo no teníamos ni un segundo que perder, nos pusimos al tema en menos de lo que canta un gallo. Rápidamente, y sin previo aviso, te agachaste y me bastaste los pantalones hasta las rodillas. Yo podía ver cómo tus ojos brillaban de las ganas que tenías de hincarle el diente a mi polla tiesa y dura. Eras toda una viciosa de mucho cuidado, y yo no me quedaba atrás en este tema. Te puse mi cipote enfrente de tu cara, para que contemplaras su tamaño y grandeza en toda su plenitud. Tú te relamías sólo de imaginarte lo que supondría metértela de lleno en la boca y empezar a chupar cómo si no hubiera un mañana, de modo que no te hiciste de rogar y enseguida te pusiste manos a la obra. Al principio simplemente lamías todo el glande y frotabas con la punta de tu lengua mi frenillo, arrancándome así incontables gemidos de placer. Pero poco a poco fuiste metiéndotela más a fondo, hasta que literalmente te estaba tocando la campanilla con la punta de mi nabo.
Tú no mostrabas síntomas de atragantamiento ni arcadas de ningún tipo. Se notaba que te gustaba mi polla, y la saboreabas con una cara de vicio que no tenía nombre. Entonces te pedí que me chuparas también los huevos, porque a mí me encantaba que también me estimularan aquella zona. Muchas chicas olvidaban dedicarle la atención que se merece a los huevos de un hombre, pero sabía que tú eras diferente al resto. Inmediatamente soltaste mi polla y empezaste a lamerme los huevos con la punta de tu lengua. Finalmente te metiste los dos en la boca y chupabas y tirabas de ellos con unas ganas locas. Yo me pajeaba al mismo tiempo y te golpeaba la cara con toda mi polla. Aquello para mí era el súmmum del sexo oral.
Te avisé que estaba a punto de correrme, pero tú no te apartaste ni un solo momento. Seguiste comiéndome los huevos sin parar, de modo que yo seguía masturbándome sobre tu cara angelical. De repente, no pude contenerme más y exploté en forma de eyaculación masiva. Te llené toda la cara con mi lefa caliente y espesa, y tú seguías dale que te pego chupando mis testículos. Fue tan gratificante verte luego tragándote toda mi leche y relamiéndote al aprovechar cada gota de semen que quedaba en mi polla, que no tengo palabras para expresar tanta excitación. De modo que quedamos en volver a vernos más pronto que tarde, y poder así recrear aquel momento de nuevo y sentir la pasión del sexo oral en su totalidad.