Aquel fin de semana, mis padres se habían ido de vacaciones para descansar y desconectar de todo. De modo que, por fin, habían decidido dejarme la casa libre para mi sola. Podía hacer todo aquello que se me antojara durante dos días, y aquello era una ventaja que no pensaba desaprovechar en absoluto. Yo también necesitaba desconectar de ellos, y si quería pasearme desnuda durante todo el día en mi propia casa, podría hacerlo sin ningún tipo de problema. Sin embargo, si sentimiento de libertad iba a ir más enfocado al lado sexual que a otra cosa.
Opté por sacar la agenda y buscar el teléfono de algún tío al que pudiera traerme a casa y follármelo sin problemas. Desgraciadamente, todos estaban ocupados aquel finde, y ninguno aceptó mi invitación de vivir junto a mí un momento erótico y pasional como pocos puedan haber. Decidí no deprimirme en absoluto y opté por la mejor solución posible: masturbarme en el propio sofá de mi casa con total libertad. Llevaba un calentón encima que tenía que apaciguar como fuera posible, y si ningún hombre podía satisfacer mi apetito sexual aquel fin de semana, sería yo misma la que me provocara placer con mis propias manos.
Me fui despojando de mi ropa poco a poco hasta que me quedé en bragas y sujetador. Era una delicia sentirme desnuda en mi propia casa y poder darme placer sin que nadie me molestara en ningún momento. Decidí quitarme el sujetador y rozar mis pezones con la punta de mis dedos. Aquella era una zona erógena que siempre que la estimulaba correctamente, conseguía vibrar de placer. Con cada pellizco que me daba, mi cuerpo respondía con espasmos de placer intensos y tremendamente placenteros. Decidí ir un poco más allá y quitarme las braguitas. Ahora sí que estaba completamente desnuda, así que bajé mis dedos hasta mi entrepierna y los metí en mi vagina para sentir la penetración en toda su plenitud.
Yo sabía perfectamente dónde estimularme para conseguir el máximo placer posible. Rozaba mi clítoris con la punta de mis dedos hasta que una oleada de gusto absoluto recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Desde luego, aquello era mejor que cualquier polvo fugaz que hubiera echado con algún tío, os lo puedo asegurar. Yo sola era capaz de provocarme más placer que cien hombres juntos. Me chupé los dedos de mi mano para utilizar mi propia saliva a modo de lubricante, y bajé la mano para seguir masturbándome sin parar.
Estaba tan cachonda que sabía que de un momento a otro lograría alcanzar el orgasmo más puro e intenso de toda mi vida. Pocas veces había tenido esa libertad para tocarme, así que se avecinaba una corriente de placer como nunca antes la había experimentado. Y definitivamente así fue. Un orgasmo clitoriano inundó mi cuerpo de arriba abajo, haciendo que me retorciera ante tanto placer obtenido. Mi piel se erizó, los pezones se me pusieron duros como rocas y unos gemidos salieron de mi boca como válvula de escape ante tanto placer contenido. Estaba totalmente extasiada, y mi cuerpo respondió ante tanto estímulo de aquella forma tan expresiva. Había sido una experiencia tan placentera que no veía el momento de repetirla en cuanto recuperara el aliento.
yo te lo hago duro y rico