Acabábamos de llegar a casa y mi novio ya iba buscando guerra. Empezó abrazándome y dándome besitos por todo el cuello, cosa que a mí me volvía loca. Me era muy difícil resistirme ante tales muestras de afecto, así que me giré y nos dimos un beso apasionado. Abríamos la boca para dejar el paso libre y sentir la lengua del otro rozándose con la nuestra. Era una experiencia totalmente excitante que nos abría un nuevo mundo de posibilidades. Desde luego, iba a ser imposible frenar nuestra pasión descontrolada, así que nos rendimos ante la evidencia y empezamos a disfrutar de una sesión de sexo de lo más original y espontánea.
Decidimos jugar a desnudarnos poco a poco, uno frente al otro. Queríamos premiarnos mutuamente con un striptease cargado de erotismo y sensualidad por los cuatro costados. Echamos a suertes quién empezaría primero, y como ya me temía me tocó a mí. Empecé a quitarme la ceñida camiseta con unos sensuales pasos de baile como acompañamiento. Después seguí con la falda, que la lancé lejos con un simple movimiento de cadera. A mi novio le tenía totalmente enganchado a todos y cada uno de los movimientos que realizaba con una habilidad increíble. Sabía qué tenía que hacer para ponerle bien cachondo, y lo iba a dar todo para excitarle cómo sólo él se merecía.
Cuando ya estaba semidesnuda, únicamente cubierta por las braguitas y el sujetador, empecé a provocarle rozando con mi pie su entrepierna. Noté que estaba empalmado a más no poder, así que aceleré el ritmo del striptease y le lancé mi ropa interior directamente a la cara. Él se volvió loco cuando al fin pudo contemplar mi cuerpo completamente desnudo. Tanto es así que no se pudo resistir y empezó a quitarse la ropa él también. Hay que decir que no le ponía el mismo empeño que yo, pero igualmente me ponía verle tan acelerado y dispuesto a follar aquí y ahora.
Ahora que ya estábamos completamente desnudos, él empezó a recorrer con la punta de sus dedos toda mi sensual anatomía de arriba abajo. Rozó mis pezones con una suavidad tremendamente placentera, logrando que se me pusieran duros en cuestión de segundos. Continuó bajando hasta llegar a mi coñito. Yo estaba tan caliente que lo tenía húmedo a más no poder. Estaba tan lubricada que me la podía meter directamente sin ningún tipo de lubricante artificial de por medio. Quisimos comprobarlo por nosotros mismos, así que me abrí de piernas y dejé que me penetrara con su polla grande y dura.
Una oleada de placer inundó nuestros cuerpos durante todo el acto sexual. Vibrábamos de placer ante cada sacudida que pegábamos, y era probable que de un momento a otro nos corriéramos de gusto al mismo tiempo. Sin embargo, el primero en alcanzar el orgasmo fue él. Eyaculó dentro de mi coñito sediento de leche, llenándome de aquel fluido por completo. Aquello me puso tan cachonda que le pedí que siguiera masturbándome con sus dedos, empujando el semen y utilizándolo a modo de lubricante. Aquello no podía aguantar mucho más, así que en cuestión de minutos experimenté uno de los mejores orgasmos de mi vida. Mi chico siempre sabía muy bien cómo tocarme para provocarme el máximo placer posible.
Tras el coito, nos abrazamos desnudos y permanecimos varios minutos regalándonos besos como si fuéramos dos adolescentes. No había nada más erótico que un polvo fugaz y espontáneo, por lo que quedamos totalmente exhaustos tras la acción sexual que acabábamos de protagonizar. Así que nos relajamos hasta quedarnos dormidos el uno junto al otro.
Yo quiero