Ahí estaba yo, siendo follada como una perra a cuatro patas por ti. Me agarrabas el culo por detrás y me metías la polla hasta el fondo de mi coño húmedo y sediento de tu leche caliente. Pese a estar desnuda de cintura para arriba, aún conservaba mis braguitas puestas mientras me penetrabas sin contemplación alguna. Por eso mismo tenías que aparatarlas ligeramente hacia un lado con tus dedos para poder follarme con total libertad. Me lo habías pedido expresamente, y yo como no sabía decirte que no, había aceptado de buena gana. No había nada que me pusiera más cachonda que verte gozar de placer con aquel pequeño y simple detalle.
Tras un buen rato en la postura del perrito, montándome como si fueras un semental, decidimos cambiar de posición para no hacerlo tan monótono. Entonces me tumbé boca arriba sobre la cama y me abrí de piernas totalmente, entregándote así todo mi sexo por completo a ti. Tú te volviste completamente loco al verme tan receptiva. Por eso, y con una furia inusitada, cogiste mis bragas por los extremos y las rompiste, dejándolas agujereadas a la altura de mi coño. Vamos, que las habías roto para no tener que apartarlas más y poder follarme a la vez que yo las llevara puestas. Aquel gesto me excitó tanto que incluso lubriqué un poco más de lo normal, por lo que de mi coñito empezaron a surgir gotas de flujo vaginal que empaparon los restos de tela de mis bragas. Ante tal acontecimiento, te empalmaste más aún y empezaste a penetrarme de nuevo con más ganas que nunca.
Seguimos con nuestra pasión durante varios minutos. Nuestros cuerpos sudorosos resbalaban entre sí con cada movimiento que hacíamos, consiguiendo aumentar aún más la pasión entre los dos. Nos besábamos apasionadamente mientras tú me la seguías clavando hasta el fondo. Podía sentir todo tu capullo dentro de mi chochito caliente, al tiempo que excitabas todo mi ser y me acercabas cada vez más al irremediable orgasmo final. Pese a que me resistí todo lo que pude porque quería alargar aquel momento al máximo, finalmente toda mi piel se erizó de placer y alcancé el orgasmo más puro e intenso de toda mi vida. Pude sentir como mi vagina se estremecía y cerraba del placer que me estabas provocando, pero tú aún y así seguiste penetrándome a destajo, haciendo que el placer se multiplicara por mil. Fue una auténtica pasada.
Como aún no te habías corrido, seguimos follando hasta que tú también recibieras tu merecida ración de placer. Yo estaba encantada y al borde de conseguir el segundo orgasmo consecutivo. Lo que nunca había conseguido en toda mi vida, aquel día lo iba a ver hecho realidad. Tanto es así que en el mismo momento que eyaculaste empapándome de semen de arriba abajo, yo también alcancé un orgasmo más intenso que el anterior si cabe. Los dos gemíamos de placer al mismo tiempo, demostrando todo el placer que estábamos experimentando en esos momentos. La respiración se nos acompasó al mismo ritmo y permanecimos varios segundos quietos, tú dentro de mí, dejando que toda tu leche fluyera por mi interior. Aun cuando recuerdo aquel momento, logro ponerme un poco cachonda y excitarme pensando en lo mucho que disfrutamos los dos.