Ahí estaba yo, clavándosela hasta el fondo a mi paciente sobre la camilla de mi propia consulta. Era un momento tremendamente erótico y para nada quería que aquello terminara. Sabía que no era del todo profesional lo que estaba haciendo, pero no pude resistirme a los encantos de Samantha. Su buen par de tetas y su culito de infarto fueron motivos más que suficientes para lanzarme a la acción y follármela ahí mismo. Era una auténtica delicia sentir su coñito húmedo y caliente alrededor de mi polla erecta y lista para la acción más tremenda, así que no me lo pensé dos veces y me lancé de lleno entre sus piernas.
Cuando llevábamos un buen rato dándole al asunto, decidimos cambiar de postura sexual para darle un poco más de dinamismo al asunto. Por eso mismo, y aunque no fuera mi especialidad, Samantha se dio la vuelta y me puso el culo en pompa para que se lo follara sin compasión. Aquello era como un sueño erótico convertido en realidad, así que no lo dudé ni por un momento en formar parte de todo aquello y haciendo uso de lubricante, empecé a estrujársela por detrás. Al principio pensé que ella estaba gritando de dolor, hasta que me indicó que lo que quería era que se la metiera más a fondo aún. Entonces comprendí que sus gemidos eran debido al placer que le estaba provocando en su zona anal. Decidido, se la clavé por detrás a un ritmo frenético, bombeando mi cuerpo contra el de ella y haciendo chocar mis cojones contra su chochito húmedo.
No puedo saber el tiempo que estuvimos así, disfrutando de aquella escena completamente maravillosa de sexo anal de primer nivel. Ella se mostraba totalmente receptiva, así que me vine arriba y empecé a darle unos cachetes en su terso culo. Cada vez que lo hacía, ella me pedía aún más. Sus glúteos se movían como si estuvieran hechos de gelatina, vibrando con cada embestida que le metía. Si había algo mejor en este mundo, os aseguro que no quería conocerlo. Me bastaba con disfrutar de aquel polvo esporádico en toda su plenitud y sin ningún tipo de remordimientos ni culpabilidades. Una vez nos corriéramos, nadie nos podría quitar aquel momento tan erótico que habíamos vivido el uno con el otro.
Llegó el momento en el que estaba a punto de correrme en el culito prieto de Samantha, y así se lo hice saber para tenerla avisada. Ella, ni corta ni perezosa, me dijo que quería que me corriera dentro de ella, llenándola así de mi leche caliente en por su culito hambriento. Fue oír sus palabras y me puse más cachondo aún, así que ahí me tenéis, eyaculando dentro de su sensual cuerpo y dejándola rellenada con mi lefa. Ella por su parte se masturbaba metiéndose un par de dedos en su coño. Me pidió que no sacara la polla de su culo, y así lo hice. Samantha estaba a punto de alcanzar el orgasmo, y quería notarme dentro de ella cuando esto ocurriera. Efectivamente, no pasó ni un minuto que ella también se corrió de gusto. De su vagina brotó un fluido translúcido, síntoma inequívoco de que había alcanzado el placer máximo junto a mí.
Tímidos, nos vestimos y dimos por concluida aquella visita tan sexual como surrealista. Doy fe de que yo mismo había puesto solución a su dolencia, porque los dos quedamos totalmente satisfechos de aquella experiencia tan erótica y cachonda.