Desde el primer momento en que te vi, supe que aquella noche quería correrme en tus suaves y dulces labios. Tu boquita me estaba pidiendo a gritos que me comieras la polla, y yo estaba tan salido que no podía pensar en otra cosa que no fuera practicar sexo oral contigo. Afortunadamente, tras un par de miraditas, un poco de tonteo y el flirteo habitual, conseguí llamarte la atención y que aceptaras pasar un momento erótico y caliente conmigo. Rápidamente te propuse que vinieras directamente a mi apartamento, y tú aceptaste de buen grado. La noche pintaba estupendamente bien, y sabía que en cuanto vieras mi rabo, no podrías resistirte a hincarle el diente.
Ya en el taxi de camino a mi casa, tú te entregaste a la pasión por competo. Nos magreábamos bajo la atenta mirada del taxista, que seguro que se puso algo cachondo al ver nuestra fogosidad en estado puro. Parecíamos dos animales en celo dispuestos a aparearse en cualquier momento, aguardando el momento perfecto para lanzarse a practicar el sexo más delicioso. Por fin, tras un viaje interminable, llegamos a mi domicilio. Abrí la puerta y te dejé pasar, indicándote que te sintieras totalmente libre. “Como si estuvieras en tu propia casa”, dije con una sonrisa en el rostro. Tras ofrecerte algo de beber y sentarnos en el sofá, unos pocos minutos bastaron para que acabáramos de nuevo revolcándonos por el suelo y besándonos de forma apasionada.
Nuestros cuerpos se frotaban con una intensidad absoluta mientras nuestros sexos se reclamaban el uno al otro. Tú, tan atrevida como siempre, empezaste a desabrochar los botones de mi pantalón y agarraste mi polla dura con tu mano. Yo manoseaba tus tetas y acariciaba la punta de tus pezones, los cuales se endurecían con cada roce. Era una sensación tan placentera que el mundo nos daba vueltas mientras nosotros nos dedicábamos a disfrutar del momento. Giramos y giramos hasta acabar completamente desnudos sobre el suelo, gimiendo y gritando de placer como si fuésemos animales indomables.
Poco a poco, acerqué mi polla a tu boca. Empecé a golpearte con ella en toda la cara, mientras tú cerrabas los ojos y disfrutabas de aquel momento tan cachondo. De repente, abriste tu boca y empezaste a chupármela con un ansia inusitada. Tragabas hasta el fondo y más allá, metiéndotela por completo dentro de tu boca insaciable. Era como si no te hartaras de comer polla, era una maravilla. Yo sabía que si me la seguías chupando así, acabaría por correrme de un momento a otro en toda tu cara. Te pregunté por educación, pero tú me dijiste que no querías que te avisara y sorprenderte a la hora de correrme dentro de tu boca. Aquellas palabras consiguieron ponerme aún más cachondo, y seguí metiéndotela hasta la campanilla con más intensidad que nunca. Parecía que te fueras atragantar, pero tú ahí seguías, chupando y mamando sin parar en ningún momento.
De repente, no pude contenerme y exploté dentro de tu boca. Una explosión de lefa te inundó de arriba abajo, llenándote de leche caliente y recién ordeñada con tu boquita. Tanto me corrí, que hilos de semen te goteaban por las comisuras de los labios y te caían resbalando por la cara. Tú te relamías ante tal festín, y jugabas con mi lefa al mismo tiempo que te la tragabas poco a poco. Sin duda, aquella fue una de las mejores mamadas de toda mi vida.