En el mismo momento en el que nos quedamos a solas en el despacho, Jorge se lanzó hacia mis pechos con un brillo de deseo en la mirada. La reunión había acabado, y por eso mismo ya sólo quedábamos una servidora y Jorge, mi secretario. Pese a ser su jefa, los dos teníamos una relación bastante estrecha que se había ido construyendo a base de años y años de trabajo en común. Él nunca me había fallado en temas laborales, y desde hace algunos meses, tampoco me fallaba en el ámbito sexual. Aprovechábamos cualquier momento de intimidad para follar en mi propio despacho, cerrando las persianas y ocultándonos de los ojos indiscretos de los demás trabajadores de la redacción.
Él empezó a manosear mis tetas a través de mi blusa, frotándolas y restregando su nariz sobre ellas. Le encantaba olerlas para aspirar todo su aroma y sentir el calor que desprendían. Le ayudé a desabrochar los botones y a librarme del sujetador, mostrándole mis tetas completamente al natural. Acerqué su cabeza hasta ellas y se las restregué por toda la cara. Sabía que aquello le volvía loco, y a mí me encantaba que le pusiera tan cachondo un gesto tan sencillo y fácil de realizar.
Yo busqué su bragueta con un ansia viva y le desabroché los pantalones hasta bajárselos del todo. Su pene erecto asomaba preparado para penetrarme sobre la mesa de mi despacho, como ya habíamos hecho otras tantas veces. De un simple manotazo apartamos todo el papeleo y documentación relativa a la reunión que acabábamos de tener y lo lanzamos al suelo. Nuestros cuerpos deseosos de placer se tumbaron sobre la mesa y yo me coloqué sobre él. Quería seguir demostrando que era yo la que mandaba, tanto en el trabajo como en nuestras relaciones sexuales.
No hay ni que decir que la erótica del poder tenía un peso muy grande durante nuestros encuentros furtivos. Mientras yo era la parte dominante, él se dejaba mandar en todo lo que yo le decía. Le obligué a tumbarse boca arriba sobre mi mesa, me abrí de piernas y me senté en cuclillas sobre su cintura. La punta de su polla acariciaba mi coño sediento de sexo. Ya no había vuelta atrás, así que me incliné hasta sentir toda su polla dura dentro de mi vagina. Era una sensación tan increíble que no se podía explicar con palabras. Aún me ponía más cachonda al pensar que tras estas paredes, el resto del equipo de la redacción seguía trabajando, ajenos totalmente a que su jefa se lo estaba montando con su secretario.
Empecé a cabalgar sobre la cintura de Jorge, moviendo mi cintura de arriba abajo para acariciar con mi coño su polla dura y tiesa. Procurábamos no hacer mucho ruido para que nadie sospechara nada, pero en ocasiones se nos hacía realmente difícil no soltar un gemido de placer. Nuestros cuerpos sudorosos se resbalaban entre sí, facilitando la penetración hasta el fondo. Él también empujaba desde abajo, haciéndome rebotar sobre su cuerpo. Mis tetas también botaban al ritmo de cada penetración. Aquello era una auténtica locura sexual.
Llegó el momento en el que alcancé el orgasmo más intenso que nunca antes había experimentado. Al poco rato, Jorge también se corrió dentro de mí, inundándome con un chorro de leche caliente. Podía sentir todo su amor fluyendo por mi interior hasta llegar a lo más hondo. Los dos jadeábamos de cansancio y de excitación. No siempre habíamos tenido la suerte de corrernos a la vez, pero en esta ocasión nos habíamos sincronizado para vivir la misma experiencia al mismo tiempo. Sin duda un reto difícil al que ya le íbamos cogiendo el truco.
Tras el polvo laboral, Jorge se incorporó y empezó a vestirse. Nos secamos el sudor como pudimos y retomamos una actitud desenfadada y natural el uno con el otro. Queríamos que nuestro pequeño secreto siguiera siendo eso: un secreto entre nosotros dos. De modo que Jorge abandonó mi despacho cargado con una carpeta de documentos para disimular. Sin embargo, yo no veía el momento de volver a citarle en mi despacho y hacer con él lo que me viniera en gana.